Secretos
Presiono
mis pies contra el piso, aún duelen las ampollas generadas por dos
horas caminando en círculos por aquellas calles sombrías, tibias y casi a la
medianoche. Siento mil agujas recorriendo el cuerpo mientras tecleo
acerca de la coyuntura nacional, las elecciones presidenciales, temas de economía,
etcétera. Cosas repetitivas sin sentido para mi. Un sinfín de problemas
vinculados a mentiras, mentiras verdaderas; similar a nosotros, o
bueno, a mi, a ti, tu mundo, el mio y nuestro común. Siento un frío
conocido recorriendo mi espalda, estoy aburrida de esta oficina, mis
expectativas de continuar trabajando se agotan al transcurrir los
días y solo un milagro podría salvarme del borde depresivo al cual
podría caer en cualquier momento, no han sido meses fáciles,
definitivamente no. Masoquismo innato el querer volver a lo de antes,
a esas salidas oscuras, huir de casa, reírme del mundo sin importar
el mañana, todo eso y más cogida de tu mano. Me gustan esos
arrebatos, dijiste alguna vez, ¿por qué?, me gusta que seas así
porque es perfecto. Estúpido recuerdo.
Continúo
recordándome caminando por esas calles, una cuadra se volvieron
treinta, unos quince minutos de pasos se multiplicaron en ciento
veinte, cuando había reaccionado estaba en la avenida Arequipa
sentada en un paradero fumando el último cigarro de la cajetilla
negra – verde – fucsia de Lucky, tienen
un sabor delicioso, lo admito.
Perdí
el miedo a andar sola, a pensar en la nada sin perderme en el mar de
frustraciones que poseo, mis recuerdos fluctúan como luces de neón
a la mitad de la noche, me embriago en mi deseo de arrancarte la boca
a besos, morderte y ser salvaje por última vez, reacciono y me
encuentro desnuda a un rincón de mi cuarto, siendo observada por mil
ojos misteriosos que piden verme destruida otra vez, son mis
(nuestros) demonios suplicando el último pedazo de carne que tengo
como corazón.
He
reconstruido pieza a pieza este motor, he reparado y puesto en marcha
un auto sin frenos, de eso se trata mi vida, es lo que escogí desde
que los perdí a temprana edad, lo siento por mi madre, por mi padre
que ya no está, amo el peligro y andar al borde de la locura en el
mismo segundo, arriesgarme sin nada a cambio pero suplicar – aunque
sea – un tibio abrazo al anochecer. Mi animal está a punto de
despertar, es necesario un cambio drástico.
Vuelvo
a la cordura, sigo aquí, sentada en redacción vistiendo una blusa
azul, pantalones negros y descalza, mis zapatos están a un lado, me
fastidian las ampollas que me recuerdan el dolor que avanzar día a
día con el peso de una familia destruida y una soledad que comparto
desde joven. La música es mi único aliado, cantar, bailar,
interpretar cada tono, moverme a ritmo del sonido, ser yo y nada más.
De
eso se trata, así fue escrito, así debe ser, así será.
Un
grito ahogado siento en el fondo de mi cabeza, cojo mis auriculares y
me voy hacia atrás del asiento, un animal ha visto el amanecer, la
luz lo ciega, tiene cuerpo extraño, irreconocible, sabe que es mujer
y ha despertado luego de un largo letargo, pisa el suelo con miedo,
ve el horizonte lleno de verde, animales y felicidad, analiza a
detalle sus dedos, se toca la nueva piel que tiene, el invierno
interno ha acabado, avanza uno, dos, tres, veinte, ochenta, mil
pasos, corre, salta, grita y sigue avanzando, se detiene de golpe y
no mira atrás, ha llegado a ese lugar donde tiene la respuesta a
todas sus preguntas. Es feliz por primera vez en su existencia.
La
felicidad termina al instante cuando aparece un nuevo
cuestionamiento, ha despertado con ganas de amar y amar a la vida,
pero ¿quién fue el culpable?
Retrocede
y cae, rueda por el césped, se ríe y toca flores, muerde sus labios
y duerme, tiene una esperanza a flor de piel, siempre preguntándose
lo mismo: ¿quién es él?
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